EL LLANO EN LLAMAS (1953)
NOS HAN DADO LA TIERRA.
Un narrador en primera persona narra en presente el camino por
el llano que está recorriendo junto con tres compañeros. Bajo un calor
sofocante, se mueven hacia la tierra que el gobierno les ha dado. El trayecto
es tan agotador que ni les da para hablar. En un flashback, el narrador
recuerda cómo un funcionario del gobierno les anunció que fueran a trabajar al
Llano Grande. Para ellos es una gran decepción porque la tierra es tan seca y
árida que resulta inútil sembrar algo.
“Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren
que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada
se levantará aquí. (...) este terreno endurecido, donde nada se mueve y por
donde uno camina como reculando.”
LA CUESTA DE LAS COMADRES.
Un personaje que habla en primera persona, sin presentarse,
describe la situación de su pueblo. Todos los habitantes lo dejaron porque dos
caziques, los hermanos Torrico, se habían apoderado de todo el terreno. El
protagonista se considera amigo de los hermanos y hasta, un día, colaboró con
ellos en el asalto de un arriero. Cuando Remigio Torrico llega y acusa al
protagonista de haber matado a su hermano, éste acaba con él con una aguja de
arria. Le revela al cadáver que él no había matado a su hermano sino que fueron
los Alcaraces.
ES QUE SOMOS MUY POBRES.
Un niño recuerda la catastrófe que vivió su familia. Una
tormenta de verano arrasó la aldea y el agua se llevó también la vaca de su
hermana Tacha. Este animal era toda la esperanza de la niña porque el padre se
la había comprado como ajuar, para que no acabara prostituyéndose como sus
hermanas mayores.
“Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha
matado el río. (...) El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada
de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar,
como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su
perdición.”
EL HOMBRE.
Un hombre huye por el bosque. Va dejando sus huellas, por lo que
resulta fácil perseguirlo. Perseguidor y perseguido mantienen monólogos
entrelazados, que nos revelan paulatinamente que el hombre mató a la familia de
su perseguidor porque éste había matado a su hermano. Le torturan
remordimientos por haber acabado con toda la familia, pero la oscuridad impidió
que pudiera reconocer al enemigo, así que mató a todos.
En la última parte del cuento un pastor de ovejas declara ante
el juez que encontró al fugitivo, primero vivo, después muerto. Le acusan de
encubridor pero él asegura que no sabía quién era aquel hombre angustiado.
“Soy borregero y no sé de otras cosas.”
EN LA MADRUGADA.
El viejo Esteban, vaquero, trabaja en la hacienda de don Justo
Brambila que mantiene relaciones incestuosas con su sobrina adolescente. En una
madrugada, Esteban golpea a un becerro para separarlo de la madre. Don Justo,
al contemplar el suceso, le propina una fuerte paliza de la que resulta
malherido. El mismo día don Justo aparece muerto, y se sospecha que Esteban fue
el asesino. Éste, sin embargo, no se acuerda.
“Que dizque yo lo maté. Bien pudo ser. Pero también pudo ser que
él se haya muerto de coraje. Tenía muy mal genio.”
TALPA.
El hermano del enfermo Tanilo cuenta (en primera persona) cómo
Natalia, su cuñada y él mataron a Tanilo empujándolo a emprender la larga
peregrinación a Talpa. Pero después de haber conseguido su meta los adúlteros
no vuelven a hablarse por el gran peso del pecado.
“Porque la cosa es que a Tanilo Santos entre Natalia y yo lo
matamos. Lo llevamos a Talpa para
que se muriera. Y se murió.”
MACARIO.
Macario — un idiota — mantiene a lo largo del cuento un monólogo
para calmar su miedo. Está sentado en una alcantarilla esperando que salgan las
ranas para matarlas y comérselas para que no despierten a su madrina. En su
monólogo algo caótico el huérfano discapacitado evoca su situación de marginado
en el pueblo (le agreden con piedras), sus temores de ir al infierno después de
morir, su hambre insaciable y sus ganas inocentes de chupar los senos de la
criada Felipa, que es su único refugio.
EL LLANO EN LLAMAS.
Se narran las peripecias de unos revolucionarios que roban y
saquean para poder enfrentarse después a los federales. Casi todos los
revolucionarios son abajeños, pero poco a poco se fueron sumando los indios
güeros de Zocoalco y los de Mazamitla. Tras el asalto y descarrilamiento de un
tren, las cosas empiezan a ir peor para los revolucionarios. Los detienen y los
cuelgan cabeza abajo. Hasta sus gentes los tienen ahora por enemigos. Los que
pueden se dispersan. Una mujer espera la salida de la cárcel de uno de ellos:
había tenido un hijo suyo cuando, después de matar a su padre, la raptó de su
hacienda.
DILES QUE NO ME MATEN.
Juvencio Nava mató a su compadre don Lupe Torreros por haberle
negado pasto para sus animales. Juvencio es encarcelado. Soborna al Juez. Sale
de la cárcel y pasa 35 años como fugitivo, terminando por establecerse en otro
terreno. A los 60 años dan con él. El coronel que manda fusilarlo es hijo de
don Lupe.
El cuento mezcla diálogos entre hijo y padre, inserciones de un
narrador en tercera persona y monólogos del viejo Juvencio.
LLUVIA.
En un pseudo-diálogo que se revela monólogo, un personaje cuenta
a un viajero en camino a Luvina, lo que le pasó en este pueblo siniestro. Él
fue allí con la misma esperanza del viajero, es decir, la de encontrar un
futuro allí. Pero Luvina es un pueblo hostil y fantasmal ("donde anida la
tristeza"), en el que viven sólo los viejos en condiciones miserables,
abandonados por los jóvenes y olvidados por el gobierno. Continúan allí para no
dejar a sus muertos.
(Un narrador en tercera persona limita sus descripciones a lo
más necesario.)
“San Juan Luvina. Me sonaba a nombre de cielo aquel nombre. Pero
aquello es el Purgatorio. Un lugar moribundo donde se han muerto hasta los
perros y ya no hay quien le ladre al silencio; pues en cuanto uno se acostumbra
al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las
soledades. Y eso acaba con uno. Míreme a mí. Conmigo acabó.”
LA NOCHE QUE LO DEJARON SOLO.
Feliciano Ruelas y sus tíos Tanis y Librado son revolucionarios.
Atraviesan la Sierra y han de viajar de noche para ganar una jornada. Feliciano
se detiene y pasa la noche solo, sintiendo el frío del rocío. De día prosigue
su camino. De repente, se encuentra con los soldados y con sus tíos colgados de
un árbol, cabeza abajo. Siente pánico y se echa a correr entre los pajonales.
El cuento mezcla diálogos, inserciones de un narrador en tercera
persona y monólogos.
ACUÉRDATE.
En un monólogo en presencia de un testigo-oyente, un personaje
trata de hacer recordar a otro la vida de Urbano Gómez, compañero de ambos,
años atrás. Urbano es hijo de una mujer, apodada la Berenjena, que "andaba
metida en líos y de cada lío salía con un muchacho". Era cuñada de
Nachito Rivero que abandona a su mujer tras volverse "menso" y que se
dedicará desde entonces a tocar canciones desafinadas con una mandolina. A
Urbano "lo expulsaron de la escuela porque lo encontraron con su prima
la Arremangada jugando a marido y mujer". Por la paliza que le propinó
su tío Fidencio, Urbano, lleno de coraje, abandona el pueblo. Pasados varios
años, regresa al lugar, convertido en policía y sin querer mediar palabra con
nadie. Un día mata, con la culata de su máuser, a su cuñado Nachito que por la
noche fue a darle una serenata. Eso le hace huir de nuevo, pero lo encuentran y
lo ahorcan.
NO OYES LADRAR LOS PERROS.
Un viejo transporta en sus espaldas a su hijo Ignacio que va
herido de muerte. Su relación es tan malísima que el padre trata a su hijo de
usted, pues éste se hizo salteador de caminos. Pero por el recuerdo de su mujer
difunta, el padre lo lleva, montaña arriba, hasta Tonaya, en la esperanza de
encontrar allí a un médico. No se divisa el pueblo y el viejo al menos quiere
que su hijo escuche el ladrar de los perros para asegurarse de que ya están
llegando. Al soltar el cuerpo muerto de su hijo destraba difícilmente los dedos
con que su hijo viene sujetándose de su cuello y oye el ladrar de los perros.
Hasta con esta última esperanza su hijo no lo ayudó.
EL DÍA DEL DERRUMBE.
En este cuento humorístico dos compañeros recuerdan (en un
diálogo) la fiesta que se montó en honor del gobernador quien vino a visitar al
pueblo por el terremoto que se había producido allí. En realidad, había venido
para asegurar el apoyo del gobierno en esta situación difícil, sin embargo, por
su comportamiento y su discurso se desenmascara la hipocresía del gobierno que
deja a su pueblo en la estacada. Finalmente, la visita se convirtió en una
borrachera de la buenas, que terminó en un tiroteo tumultuoso. Uno de los
compañeros recuerda que por la fiesta y el lío de aquel día hasta se perdió el
nacimiento de su propio hijo.
LA HERENCIA DE MATILDE ARCÁNGEL.
Matilde Arcángel, la mujer de Euremio Cedillo, tuvo la desgracia
de morir al desbocarse un caballo, el día del bautizo de su hijo. Euremio culpa
del suceso al recién nacido, pues con su llanto debió espantar al caballo.
Euremio, por tanto, odia desde ese día a su hijo. Se desentiende de él hasta el
punto de ir vendiendo, poco a poco, su patrimonio para consumir el dinero en
bebidas y dejar así desheredado a su hijo. Euremio hijo creció, a pesar de
todo, apoyado en la piedad de otras personas; gustaba de tocar la flauta
mientras el padre dormía la borrachera. Un día atravesaron el pueblo unos
revoltosos y Euremio hijo se fue con ellos. Detrás llegaron las tropas del
gobierno a las que Euremio padre se unió para perseguir a su hijo. Días después
regresan los forajidos derrotados. Detrás viene el jóven Euremio, a caballo,
tocando la flauta y portando el cuerpo muerto de su padre.
(El narrador en primera persona del cuento es el compadre de
Euremio quien estaba comprometido con Matilde y fue dejado por ella a causa de
Euremio.)
ANACLETO MORONES.
Lucas Lucatero cuenta en tono muy humorístico cómo diez feas
mujeres viejas vinieron a su casa para pedirle que atestigüe que su suegro,
Anacleto Morones, fue un santo. Quieren que se le canonice. Pero Lucas Lucatero
les dice que fue todo menos un santo. Según él fue un embustero, tenía
relaciones sexuales con todas las mujeres del pueblo y hasta con su propia
hija, quien se quedó encinta de él. Enfadadas por tal blasfemia las mujeres se
van una tras una, excepto la vieja Francisca quien se queda para pasar la noche
con Lucas Lucatero y, sin saberlo, lo ayuda a amontonar piedras en la sepultura
de Anacleto Morones. Pues éste, al salir de la cárcel, fue a buscar a su yerno
y le exigió que le devolviera sus propiedades. Pero Lucas se lo negó, lo mató y
lo enterró en el corral. A la mañana siguiente, Francisca le reprocha no que no
fue nada cariñosa con ella mientras que “El Niño Anacleto. Él sí que sabía
hacer el amor.”
PASO DEL NORTE.
El cuento consta principalmente de un dialógo entre hijo y
padre, cuya relación es pésima. El hijo le pide al padre que cuide de su
familia mientras él pasa la frontera para ganarse un poco de dinero. Informa al
padre que allí donde viven ya no pueden ganarse la vida reprochándole al mismo
tiempo que nunca se ocupara de él. El padre, a su vez, está amargado porque se
le murieron su mujer y su hija así que desde que el hijo lo dejó se siente
extremadamente solo.
En la segunda parte, introducida brevemente por un narrador en
tercera persona, el lector se entera del fracaso del hijo. Al pasar el río, él
y sus compañeros fueron agredidos (supuestamente por los apaches) y el hijo fue
el único que pudo salvarse del tiroteo.
De vuelta en casa del padre, el hijo le relata lo que pasó pero
no cosecha más que reproches. Además, el padre le informa que su mujer le
abandonó con un arriero y le exige el dinero que gastó en sus hijos (ya liquidó
su casa para este fin). Desilusionado el hijo se va en busca de su mujer.
VALORACIÓN FINAL.
En líneas generales los cuentos dan a conocer un mundo hostil, árido,
amargo. Por todos lados aparecen tierras duras, aldeas vacías, injusticias,
miserias, crímenes, muertes, sensualidad, venganzas, odios, supersticiones,
degradaciones...: un mundo desesperado y violento, presidido por el hambre, la
soledad y la muerte.
Algunas técnicas narrativas que emplea Rulfo son: focalización
interior de los sucesos (muchos cuentos se narran en primera persona), ruptura
del desarrollo cronológico, uso del diálogo o monólogo dirigido muchas veces a
un testigo-oyente, que no aparece explícitamente, estilo escueto, repitición de
ciertas frases claves, tiempo paralítico que parece haberse detenido.